sábado, 26 de julio de 2014

Stanley Kubrick, 86 años y Odisea



[Sugiero que la lectura de este breve texto sea acompañada con esta pieza, obra de Wendy (Walter) Carlos, versión electrónica de Music for the funeral of Queen Mary de Henry Purcell]


*

Escuché por primera vez su nombre hace algunos años cuando vi Operación luna o El lado oscuro de la luna, el falso documental francés producido por Arte France y dirigido por William Karel. Decir de qué trata el documental es fácil: en plena guerra fría, los estadounidenses se convencieron de que la carrera espacial era un tema que sólo podía encontrar final en un set y decidieron filmar lo que Jack Torrance definió como “la película más cara de la historia del cine”: la llegada del hombre a la luna. Para lograrlo, casi sin pensarlo fueron tras Stanley Kubrick quien por cierto, les debía algunos favores.

Todo o casi todo lo de este documental es falso; pero yo me lo creí. Nada saqué de provecho salvo una cosa: había conocido a uno de los más grandes directores de la historia del cine.
Hablar de Stanley Kubrick, de su obra y su legado no es fácil; hablar de él en un día como hoy, a 86 años de su nacimiento es común porque es justo.
Un hombre de cine, de filosofía, sueños, obsesiones y metas merece ser evocado; en las pláticas florece como referencia de una de las mejores películas de terror o una de las mejores de ciencia ficción que han sido filmadas. Su imagen es inconfundible, su mirada, inquisidora.

Este año también se cumplen 50 años de los preparativos de una de sus películas más reconocidas, si no es la que más: 2001: Odisea del espacio.
Fue en 1964 que se reunió con el escritor Arthur C. Clarke para hablar sobre el trabajo de colaboración que realizarían; Kubrick como director y productor contaba con el apoyo del escritor inglés, quien se encargaba del guion al mismo tiempo que modificaba su cuento El centinela, escrito originalmente en 1948 y que fue la base sobre la que se construyó la historia que daría pie al libro y a la película. 
Ambos, recurrentes observadores del cielo, tenían sus formas de escrutarlo y les bastó el telescopio de Kubrick para confirmar un avistamiento que una noche de 1964 les hizo pensar con mayor razón en el sentido verdadero de lo que estaban haciendo. La realidad era que bajo una bóveda tanto imponente como misteriosa, hacer una obra de temática espacial era curiosear más bien en el género documental, sin embargo era obvio que la cosa no iba por ahí: había que hacer una obra maestra de la ciencia ficción. 
Tenían muchas cosas en común, una de ellas eran sus buenos amigos. Clarke se llevaba bien con los del Hayden Planetarium, y Kubrick, nada menos, con la gente de El Pentágono. Esto les facilitaba las cosas y a esto se refiere aquel documental francés cuando dice, ahora sí con razón, que Kubrick les debía favores.
Pero quizá no eran tanto favores como un respaldo inusitado. Para sus propósitos, Kubrick podía consultar no sólo a través de llamadas ultra secretas al personal del Departamento de la Defensa de los Estados Unidos, sino a través de otros medios a personajes como Carl Sagan, trabajadores de la IBM y, claro, algunos rockstars de la NASA. 
Esa creencia de que no estamos solos fue una creencia que el director mantuvo durante años, y quizá en esos momentos de trabajo y creación lo sintió de cerca pues estaba rodeado de una cantidad impresionante de personas. Esa era la realidad, y la verdad. 
Ahora, la certeza de que fue él quien montó el gran engaño del siglo está totalmente descartada; la certeza de su calidad artística es casi un corolario.
Stanley Kubrick ha pasado a la historia por más de una decena de motivos que se multiplican por centenares. Su cine es alabado, y algo importante: sus películas siguen siendo interpretadas; poseen una carga simbólica tan atractiva como sus tomas, su orden, su pulcritud contrastante muchas veces con su imagen desaliñada, su cabello desordenado y sin embargo ¿a quién le importa? Si era un genio, un apasionado que cruzando el Atlántico seguía editando sus películas adaptando su camarote como cabina de montaje.
Larga vida al baterista de jazz, al fotógrafo, al ajedrecista y al productor y director de los viajes, de los vuelos, de las guerras y las distopías, del terror y del amor obsesivo, de la sensualidad, de la filosofía y la búsqueda, de la introspección, incluso, de las películas que no realizó y que eran suyas desde antes, porque ya las había pensado.

*

 


 *** 

Referencias:
-Bizony, Piers. The making of Stanley Kubrick's 2001: A Space Odyssey. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario